Con el último oficial del Huáscar
(Escrito por Alfonso Tealdo y
publicado en Revista Turismo, 1942)
Alférez de Fragata Manuel Elías
Bonnemaison
El
último sobreviviente de la plana mayor del “Huáscar” me esperaba el 8 de
octubre, a 63 años exactos de la batalla naval de Angamos. El alférez de
fragata Manuel Elías Bonnemaison, me recibe. Y es como un reportaje a los ojos
mismos de la historia. Setenta y siete años y barba de nieve. Navega,
pequeñito, en los óleos de las paredes, el barco del honor peruano. Navega como
en el pecho de este hombre envejecido. Como en el mío. Como en el de todos los
que sabemos que la historia es algo más que un libro que se abre, que se lee y
que se cierra. Navega, otra vez y otra vez, en este día de sal en los labios y
de pólvora en la frente. Surca las aguas el barquito blanco. El barco que,
después fue pintado de rojo en Talcahuano, quizás si para completar desde el destierro
los colores del Perú.
Y
un niño de catorce años se acercó a Grau, en 1879, y le dijo: “Yo quiero ser
marino”. Y Grau replicó: “Bueno”. El “Huáscar” tenía 60 metros de longitud,
1,100 toneladas de desplazamiento y dos cañones. Metro y medio -la estatura de
un infante- era lo que sobresalía de la obra muerta. ¿Por qué no iba a tener,
pues, un guardiamarina de catorce años?
El “Huáscar”
Año
de 1866. En los astilleros de Cammell, Lairdd, en Berkenhead, está concluyendo
la construcción de un barco diminuto. Es para la armada del Perú y llevará el
nombre de un emperador peruano. Es del tipo del “Monitor”, nave que aparece en
la Guerra de Secesión de los Estados Unidos. Trece años más tarde, es el más
famoso de los barcos. Y es que son los astilleros de la fama los que lo
agigantan por la gloria. El patriotismo lo eriza de cañones invencibles. El
honor lo blinda. Es del acero que hacen los hombres con su desesperación y con
su sangre. “Es el más formidable blindado que ha cruzado los mares”, dice Teodoro
Roosevelt.
-¿Cómo era el
Huáscar?
Y
el señor Manuel Elías Bonnemaison, me dice:
-Pequeño,
con sólo dos cañones de cargar por la boca. La torre dentro de la cual giraban
era movida a mano. Su blindaje era de cuatro pulgadas y su andar de 12 millas
por hora. No podía disparar ni para adelante ni para atrás, pues lo impedían el
castillo de proa y la toldilla de popa.
-¡Barco
de carne y hueso!
-El
“O'Higgins”, nada más, era cuatro veces mayor. Los acorazados adversarios
desplazaban 3,600 toneladas cada uno, tenían seis modernísimos cañones y su
blindaje era de 9 pulgadas.
¿Qué
iba a hacer la nuez contra el martillo en el diálogo del fuego? Nada menos que
esto: batirse seis veces, capturar diez naves, bombardear puertos y, sobre
todo, tener siete capitanes en dos horas.
El arquitecto
El
verdadero arquitecto del “Huáscar”, Miguel Grau, nació en Piura y su maestro
fue un poeta. La orfandad fue su primera enseñanza. Pues solitario, como el
Monitor, iba a ser. Y a esa edad en que los niños tienen lindos veleros para la
laguna y arena en las playas para sus palacios de arena, Grau ya es grumete en
un buque ballenero. La vida le impuso buques de verdad. Y recorre mares y
aprende idiomas. Presta sus servicios en naves nacionales: en el “Rímac”, en el
“Vigilante” y en el “Ucayali”. A los veinte años es guardiamarina. En aguas
chinas se le ve en 1862. Marcha a Nantes en 1864, y trae al Callao las corbetas
“Unión” y “América”. A raíz del Tratado Vivanco-Pareja, se ponen en juego sus
sentimientos filiales. Se está muriendo su padre y ese lecho es como el barco
del corazón que se hunde. Grau, empero, se sobrepone al dolor, con rebeldía y
con intransigencia. Y combate en Abtao. El heroísmo ya le ha puesto un timón
definitivo a su alma. Ya sabe que el crepúsculo del sol está lejos de la
aurora.
La carta
Desde
su Monitor, en Pisagua, el 2 de junio de 1879, el “Caballero del Mar”, escribe:
“Distinguida señora:
Un sagrado deber me autoriza a
dirigirme a usted, y siento profundamente que esta carta, por las luchas que va
a rememorar, contribuya a aumentar el dolor, que hoy justamente debe dominarla.
En el combate naval del 21 próximo pasado que tuvo lugar en las aguas de
Iquique, entre las naves peruanas y chilenas, su digno esposo, el capitán de
fragata don Arturo Prat, comandante de la Esmeralda, fue, como usted no lo
ignorará ya, víctima de su temerario arrojo en defensa y gloria de la bandera
de su patria.
Deplorando sinceramente tan
infausto acontecimiento y acompañándola en su delo, cumplo con el penoso y
triste deber de enviarle las para usted inestimables prendas que se encontraron
en su poder, y que son las que figuran en la lista adjunta. Ellas le servirán
indudablemente de algún pequeño consuelo en medio de su desgracia, y por eso me
he anticipado a remitírselas.
Reiterándole mis sentimientos
de condolencia, logro, señora, la oportunidad para ofrecerle mis servicios,
consideraciones y respeto con que me suscribo de usted, señora, muy afectuoso y
seguro servidor.
Miguel Grau”.
Mientras
el “Huáscar” esté en el mar, el Perú no será invadido. Lo sabe Grau, el muy
afectuoso y seguro servidor de su patria. El blindado más famoso del mundo no
puede descansar. Ya no lo verá más el Callao, el lejanísimo puerto de la
esperanza. El día 4 de octubre, apresa al bergantín “Coquimbo” en Sarco. Hay
moluscos y algas marinas en el casco del Monitor, y limpiar los fondos es
urgente. Pero, ¿qué importan dos millas más o menos para el andar, si la nave
negra del Destino es la que espera? Al sur, pues, siempre al Sur. El “Huáscar”,
el día 5, entra a Coquimbo. Es descubierto y el enemigo ya sabe. Entonces, al
Norte fallan las máquinas. El día 7, nuevas composturas.
-El
día 8 -me dice el señor Elías Bonnemaison- fuimos localizados. A la una de la
madrugada entramos a Antofagasta. El “Huáscar” recorrió la bahía y salió. Pero
ya estábamos atrapados. A poco de navegar, avistamos tres humos por la proa.
Eran tres barcos enemigos: el “Blanco Encalada”, la “Covadonga” y el “Matías
Cousiño”. Así recorrimos la distancia de 30 millas, y entonces nos creímos a
salvo. De pronto, el vigía desde la cofa dio la voz: “¡Humo a la vista hacia el
N. O.!”.
Pero
la emboscada no fue hecha en virtud de las leyes estrictas del mar. La pequeña
nave tuvo que ser engañada. También había de luchar contra el gran acorazado de
los falsos informes. “El “Blanco Encalada” está en malas condiciones: necesita
ser reparado”, se decía. Entonces el Monitor no forzó sus débiles y pobres
máquinas, y a nueve millas por hora enfiló hacia el Norte. Y entonces fue el
grito del vigía “¡Humo a la vista hacia el N.O.!”. ¿Serían los transportes que
conducían tropas a Antofagasta, de acuerdo con las informaciones recibidas?
-En
esta creencia pusimos proa a ellos sin preocuparnos de la Primera División, que
estaba a la vista, pero fuera de tiro. Pero los buques avistados no eran
transportes: era la Segunda División enemiga, compuesta por el acorazado
“Cochrane”, el “O’Higgins” y el “Loa”.
Todavía
hay un cuadrante libre para escapar. Pero para algo el “Huáscar” es el blindado
más formidable del mundo. El grave señor Destino así lo quiere: al cambiar el
timón de navegación por el de combate, se rompe un aparejo y el Monitor queda
sin gobierno. Da vueltas, como el mundo. Vira sobre el costado de estribor. Y
se acercan los adversarios. A ellos no se les rompe el timón de combate. A
ellos, no.
-A
las 8 y 55 de la mañana fue afianzado el pabellón en la torre de combate. El
“Huáscar” dispara sus cañones con rapidez y decisión. Formidables andanadas de
la artillería gruesa enemiga pasaban por alto. Pero, acortadas las distancias,
pronto fueron los blancos.
El
mar es enorme, pero a veces más pequeño que la gloria. A babor y estribor del
“Huáscar”, a 500 metros apenas, hay acorazados enemigos. Se cierran los horizontes.
Horizontes de acero y de fuego. Ahora es una selva. El Monitor ha perdido uno
de sus dos cañones. No importa, en la torre de comando está Miguel Grau. Y
enormes boquetes hay en la línea de flotación. Son muy útiles ventanas para que
la Historia mire. Son para la visita del agua, para que se hunda el pasado,
pero el “Huáscar”, no.
-Una
nueva andanada destroza la torre de comando y hace volar al espacio el cuerpo
de nuestro heroico jefe, que fue arrojado al mar por la fuerza de la explosión.
El impacto hiere también, mortalmente, al Teniente Ferré. El Comandante
Aguirre, entonces, decide lanzarse con el espolón contra el “Cochrane”…
Pero
el “Cochrane” no es el blindado más famoso del mundo. Tiene doble hélice y es
un guerrero ágil. Gira sobre su eje y elude al “Huáscar” y a 50 metros dispara
toda su artillería. Y quedó en silencio el último cañón del Monitor. “No es
nada”, dice el Comandante Aguirre, herido, y muere sobre la cureña vencida. Los
trozos de madera, los fierros retorcidos, los muebles y otros adminículos
mezclados con los cuerpos humanos formaban un montón informe… Sólo quedó en pie
el doctor Rotalde. No había quedado del botiquín ni un instrumento, ni una
venda, ni un remedio.
Sí había un
remedio.
-Entonces,
se hizo cargo del comando el Teniente Rodríguez. Quiso, nuevamente, poner en
acción el timón. Arreglar la torre de combate. ¡Todo era inútil! Una bala de
cañón lo decapitó.
Y
siguió el desfile de los capitanes. Pero había un remedio.
-¡Todo
era inútil! El Comandante Carbajal, al frente de la maestranza, trataba de
reparar los cañones. Los incendios y las brechas se sucedían. No había
municiones ni para las armas menores.
Sí había un
remedio.
-Fue
entonces cuando el Teniente Gárezon tomó la resolución de hundir el barco
volando la Santa Bárbara, pero ésta se hallaba inundada habiendo en la sentina
más de tres pies de agua. Hasta la bandera había sido derribada. Dos
voluntarios la izaron en el palo mayor. El “Huáscar”, inerme, describía
círculos en trágico desfile ante la artillería adversaria. Y el fuego seguía,
terrible. Por segunda vez fue derribada la bandera. Un marinero tuvo que
amarrarla al palo, pues hasta las drizas habían sido destrozadas.
Sí había un
remedio.
-Entonces
se dio la orden de abrir las válvulas para precipitar el hundimiento del
“Huáscar”. La orden fue dada, pero era necesario parar las máquinas. A 50
metros estaban los barcos enemigos. Y fueron abiertas…
¿Había
remedio? El Teniente Palacios, descubierto sobre la torre, quemaba su último
cartucho. Un revólver contra acorazados: eso es Angamos.
-El
“Huáscar” quedó, entonces, a merced de las olas, mudo e indefenso, incapacitado
para ofrecer la menor resistencia. Esperábamos sólo el momento de hundirnos. Un
puñado de hombres que habíamos sobrevivido a la acción permanecimos en cubierta
rodeando al Teniente Gárezon que se mantenía con solemne gravedad. Comprendió
entonces, el enemigo, y ordenó a sus brigadas de abordaje la ocupación de
nuestra nave.
¿Había remedio?
-La
ocupación se efectuó, precipitadamente, por un número considerable de hombres
armados y provistos de todo elemento de salvataje. Corrieron al cuarto de
máquinas y, revólver en mano, exigieron el cierre de las válvulas. El Teniente
chileno Goñi se dirigió al Teniente Gárezon y le intimó que se arriara la
bandera. “La bandera –replicó- está amarrada al palo y no se puede arriar; y
conste, señor oficial, que usted la encuentra al tope de la nave”.
Había
terminado la batalla. Fueron taponadas las vías de agua y apagados los
incendios. El “Huáscar” fue varado en la playa de Mejillones. El barco que se
había llamado así porque las naves heroicas no tienen cautiverio. No tienen
cautiverio porque están lejos de sus capitanes muertos. Se mueren, también, y
resucitan en el alma de sus banderas.
El remedio
Y
un niño de catorce años se acercó a Grau, en 1879, y le dijo: “Yo quiero ser
marino”. Y Grau replicó: “Bueno”. Y el niño fue a la guerra y ahora tiene
setenta y siete años y barba de nieve. Y en los óleos de las paredes, navega,
pequeñito, el barco del honor peruano. ¿Había remedio? Sí había remedio. No se
hundió el “Huáscar”, pero el pasado se hundió. Definitivamente. Era el remedio.
La conciencia de la historia. El porvenir. Y navega, otra vez y otra vez, en
este día de sal en los labios y de pólvora en la frente. Todos los días,
eternamente, navega en el mar inmenso de la patria el barquito blanco.